“Si los perros ladran, Sancho, es señal que cabalgamos” —Ruben Darío
Esta frase quijotesca se usa para ignorar a críticos corroídos por la envidia, inflamados por la ira o abrumados por la ignorancia. Dejad que vociferen, nosotros conocemos el camino. Sin embargo, es preocupante cuando quienes tienen esta posición — despreciando a los “perros” que avisan sobre el peligro inminente — avanzan hacia un precipicio arrastrando a todo el país con ellos.
No escuchar a quienes alertan que el barco se está hundiendo es síntoma de peligrosa soberbia, con riesgo de zozobra. Entiendo que es difícil conversar con “adversarios”, pero el objetivo debería de ser el bienestar del país, no “ganarle” a los “conservadores”. Desafortunadamente, en México sufrimos esta situación en los poderes tanto legislativo como ejecutivo.
El peligro es el mismo que enfrenta cualquier sistema sin retroalimentación: al no aprovechar información relevante, es imposible tomar las decisiones apropiadas en un entorno dinámico. ¿Cómo podría un termostato mantener la temperatura sin un termómetro? ¿Cómo podría un auto autónomo manejar sin un velocímetro? ¿Cómo podría un líder guiar sin escuchar al pueblo (tanto al “bueno” como al “malo”)?
Se podría argumentar que no es necedad ni ceguera. Es confianza en sí mismo. Es autoestima bien plantado. Es cambio doloroso pero necesario. Es cuestión de tiempo. No importan las etiquetas que usemos. Lo relevante son los hechos. Los motivos principales por los que AMLO y Morena ganaron las elecciones en 2018 no se han resuelto. En algunos casos han mejorado, en otros empeorado, pero seguimos teniendo graves problemas en desigualdad, violencia, corrupción, salud, educación, etc. Y se han generado nuevos problemas. Podría enumerarlos, pero los más relevantes relacionados con este artículo son las descalificaciones a quienes critican al gobierno y la aprobación de leyes preocupantes.
No podría asegurar que si el gobierno escuchase a sus críticos ya no tendríamos problemas. Pero es sensato argumentar que tendríamos amplias oportunidades de mejorar diversas situaciones. Más aún, habría un intento por reducir la polarización del país, lo cual es necesario si se pretenden resolver problemas nacionales. Simplemente, sin escuchar a los que piensan diferente no habrá posibilidad de éxito, ya que se necesita el apoyo de la mayoría. En contraste, el circo mañanero aprovecha la influencia del presidente para dividir todavía más al país.
Sabemos que no sabemos medir riesgos (escribí en estas páginas sobre el “riesgo de la ruina” en marzo de 2020 cuando empezaba la pandemia). ¿Qué podría pasar de malo? Sólo son “chillidos de marrano”, el país va bien. No sean alarmistas ni conspiracionistas. Cómanse un snickers. Pero admitamos que muchas tragedias no suceden de manera gradual, sino súbita. Las causas se van acumulando, hasta que se produce una avalancha. Después, lo único que podemos hacer es recoger los pedazos y justificar con cualquier pretexto que lave responsabilidades.
El país se seguirá moviendo, ya sea por inercia o a la deriva. Países como Bélgica han sobrevivido sin problemas por meses sin poder ejecutivo. No estoy sugiriendo anarquía. Pero creo que podríamos estar de acuerdo en que sería preferible contar con un liderazgo inclusivo. No sólo de género u origen, sino también de ideologías.
La 4T ha impuesto un nuevo elitismo. El criterio: los que aplaudan son los buenos. El problema es que no queda espacio para los mejores, sino para quienes no cuestionan. Puntos extra si además de aplaudir sin contemplación ni pudor, ridiculizan a los que no lo hacen.
No estoy implicando que antes las cosas eran muy diferentes. Quiero decir que tienen que cambiar.
Esto va más allá del liderazgo o de política. Es difícil que un cambio de partido o presidente tenga consecuencias más que cosméticas. Cualquier sistema sin retroalimentación apropiada no podrá adaptarse mas que al azar. Y siguiendo una “estrategia” sin guía, aumenta el riesgo de la ruina. Tenemos que explorar distintas maneras de poder incorporar la retroalimentación a distintos niveles del gobierno. Nuestros problemas son tan complejos que van más allá de las capacidades de una persona, un partido, o una corriente. Necesitamos mejores mecanismos de participación ciudadana.