Recientemente vi el documental “¡Viva Maestro!” (Ted Braun, 2022), sobre el maestro venezolano Gustavo Dudamel, director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (EEUU) y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar (Venezuela).
Dudamel se formó en el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, mejor conocido como “El Sistema”, fundado en 1975 por el maestro José Antonio Abreu (1939-2018). Actualmente, tiene la misión de “sistematizar la instrucción y la práctica colectiva e individual de la música, a través de orquestas sinfónicas y coros, como instrumentos de organización social y desarrollo humanístico”. En otras palabras, ha sido una institución que a través de la instrucción musical ha beneficiado a millones de niños y jóvenes, especialmente en comunidades en desventaja.
Es conmovedor escuchar testimonios de muchos de los egresados de El Sistema. No sólo ha formado centenares de músicos de nivel mundial, pero también ha complementado la educación de muchísimos venezolanos.
En 2008, El Sistema recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Actualmente, tiene 120 orquestas juveniles y 60 orquestas infantiles, sirviendo a unos 350,000 jóvenes (alrededor de uno de cada diez jóvenes venezolanos). Ha servido de inspiración a por lo menos 29 países, incluyendo a México (en Monterrey), donde se han desarrollado programas similares a distintas escalas.
Lo que más me impresiona de El Sistema, más allá de sus éxitos pedagógicos y comunitarios, es su éxito político. Abreu logró mantenerlo durante décadas casi independiente de partidos, tendencias e ideologías. Venezuela ha sido de los países con mayores cambios políticos y económicos recientes. Aún así, los gobernantes en turno han podido “apropiarse” de los éxitos de El Sistema, más que como un programa de sus antecesores con el que tienen que competir, como un orgullo nacional.
Obviamente, un proyecto como El Sistema no resuelve los problemas de un país (siendo Venezuela un ejemplo vivo). Pero esto no quiere decir que no sería deseable replicar programas similares. No necesariamente en música. Artes, deportes, ciencia y más pueden usarse como complemento en la formación de la infancia y juventud de muchas comunidades.
Es importante notar que en México ha habido muchos programas similares. Un par de ejemplos: yo fui de los primeros beneficiados de un programa de la Academia Mexicana de las Ciencias que ofrecía clases de programación a niños. Y en la Ciudad de México, los centros Pilares ofrecen diversas actividades educativas, artísticas, deportivas y laborales.
Los beneficios de estos programas son claros. Sin embargo, en México no hemos logrado separar a la política del desarrollo social. CONACYT le quitó apoyo a la Academia Mexicana de las Ciencias, lo cual ha limitado su capacidad para promover la ciencia en los niños y jóvenes (lo que constituye la mayor parte de su actividad). Y no podemos decir que no necesitamos promover el pensamiento científico lo más que podamos.
Por otra parte, los logros de programas como Pilares están tan atados a los gobiernos capitalino y federal actuales, que la probabilidad de que un cambio de gobierno los cancele es muy alta.
¿Qué podemos hacer? Es claro que un gobierno difícilmente podrá impulsar programas sociales independientes del gobierno. Esto sugiere que deberíamos de promover programas que surjan desde las comunidades. No digo crear, porque ya existen muchísimos programas que podrían beneficiarse de un mayor apoyo para poder ampliar su impacto positivo. Más aún, no es factible imponer un programa de manera arbitraria si no hay interés en una comunidad. Si el alguna colonia hay pasión por el futbol, que jueguen futbol (aunque no pasen a la segunda ronda). Si en una ranchería hay motivación por robots, que construyan robots (aunque no lleven a ninguna patente o emprendimiento).
El objetivo de los programas sociales debería de ser el desarrollo y bienestar de las comunidades. Todos nos beneficiaremos entonces. Si el objetivo fuese político (ganar más votos), los programas se corrompen y generan división en lugar de cooperación. Los votos llegan solos si se hacen las cosas bien.
Si dudamos de si un programa social está siendo politizado o no, sólo hay que medir si está fomentando la integración o la polarización.