A mediados de 2002, aún sin haber terminado la maestría, pero ya habiendo decidido que haría el doctorado en el Centro Leo Apostel de la Vrije Universiteit Brussel con Francis Heylighen, fui a un taller a Bruselas que organizó Francis. Aproveché para llevar equipaje… y de una vez me inscribí al doctorado.
De regreso en Inglaterra, empezamos a tramitar nuestras visas. Nuestra condición al parecer era inédita: mexicano casado con rusa aplicando en el Reino Unido para visa de residente en Bélgica.
Cuando llevamos nuestros papeles en ~junio a la embajada belga, nos aseguraron que las visas estarían listas antes de que vencieran nuestros permisos de residencia británicos (por ahí de noviembre).
Después de un par de meses sin noticias, ya con la maestría terminada y casi las maletas empacadas, averigüé que apenas les habían llegado nuestros documentos a Bruselas para su revisión. Me quejé con el embajador, finalmente pude hablar por teléfono con quien tomaría la decisión sobre nuestras visas en Bruselas. Me dijo que no podía darle la visa a Nadya si yo no estaba inscrito en la universidad. (el camino “normal”: el esposo va a Bélgica, se inscribe, se registra en la comuna, obtiene su tarjeta de identidad y sólo después aplica para las visas de sus familiares, una vez que la policía revisa que donde vive los puede recibir… esto a veces tomaba más de un año ). Ah, ¡pero yo ya estaba inscrito en la universidad! Muy bien, aquí tienen sus visas (un par de días antes de que venciera nuestra residencia británica). Este episodio fue uno de los más motivantes para que uno de los capítulos de mi tesis doctoral fuese sobre “burocracias auto-organizantes”.
Listos para viajar, aprovecharíamos el tren Eurostar de Ashford International directito a Bruxelles-Midi/Brussel-Zuid. Pero justo antes de nuestro viaje, una tormenta como no habíamos visto se llevó toda la “playa” y cerraron el Eurostar. Nos mandaron en camión y ferry.

El problema: Nadya no tenía visa para Francia, sino para Bélgica: ¿la dejarían entrar? Revisaron por encimita y no hubo problema. 8 horas después llegamos a la estación de tren de Bruselas: ya bájense. ¿y quién va a revisar nuestros pasaportes? Tuvimos que entrar a la estación, buscar a oficiales de migración (que afortunadamente estaban ahí, aunque no hubiese servicio de Eurostar), para que nos sellaran la entrada.

Bienvenidos a la tierra del chocolate, waffles y cerveza (que ni bebo, entonces me quedé con doble chocolate).
//continuará…