8 de noviembre de 2017
Intuitivamente, podemos decir que un sistema es frágil si un cambio pequeño genera un gran cambio en el sistema. Por el contrario, un sistema será robusto si puede resistir grandes cambios en su entorno. Por ejemplo, si construimos una torre con cubos, habrá estructuras más frágiles o robustas que otras, que resistan distintos tipos de perturbaciones, ya sea empujando la torre o quitando alguna pieza. Una torre frágil se caería con un ligero movimiento o si quito cualquier pieza. Una torre robusta necesitará más fuerza para caerse, tal vez no totalmente, y necesitaré quitar varias piezas antes de que se caiga.

Es común pensar que la robustez es lo opuesto que la fragilidad. Sin embargo, recientemente Nassim Taleb notó que la robustez es simplemente la ausencia de fragilidad. Un sistema frágil pierde funcionalidad con los cambios. Un sistema robusto mantiene su funcionalidad cuando hay cambios. Pero ¿cómo llamar a un sistema que mejora su funcionalidad cuando hay cambios? Taleb no encontró una palabra y definió “antifrágil”.
Por ejemplo, imaginen que queremos enviar un paquete por mensajería. Si tenemos dentro unas copas de cristal, le pondremos un etiquetas: frágil, manéjese con cuidado, no golpear. Si tenemos algo robusto al manejo de paquetes, digamos una pieza de hule, no le ponemos etiquetas, porque no importa si sufre un manejo delicado o un manejo rudo. Pero si tenemos un contenido antifrágil, le pondríamos etiquetas como: agítese, tírese o aplástese. Hay pocos objetos fabricados que se beneficien (mejoren su funcionalidad) con el ruido o las perturbaciones. Pero este no es el caso cuando estudiamos distintos sistemas a nuestro alrededor.
Por ejemplo, en medicina se ha estudiado la hormesis. Podemos entender la hormesis como la habilidad de un sistema de sobrecompensar positivamente un estímulo negativo. Por ejemplo, si un bebé vive en un entorno desinfectado, no se enfermará, lo cual es positivo. Pero su sistema inmunitario no se desarrrollará tanto como el de un bebé que juega en la tierra. La exposición temprana a los microbios es benéfica a largo plazo, ya que la respuesta del cuerpo es tal, que “entrena” al sistema inmunitario para enfrentar futuras infecciones. Por supuesto, demasiada exposición a microbios es riesgosa para la salud de los bebés.
Otro ejemplo de hormesis lo podemos ver con el ejercicio. Al hacer ejercicio, incrementamos nuestro metabolismo, lo cual incrementa el flujo de oxígeno en nuestra sangre, el cual a su vez contribuye al envejecimiento de nuestras células, ya que se oxidan con el tiempo. Sin embargo, nuestro cuerpo, al detectar un incremento en la actividad cardiovascular y respiratoria libera antioxidantes, los cuales previenen el envejecimiento celular. De hecho, se liberan más antioxidantes de los necesarios para contrarrestar el incremento de oxígeno causado por el ejercicio, con lo que la actividad que en principio degradaría al cuerpo, lo protege, ya que el exceso de antioxidantes evita el envejecimiento celular en comparación de si no hubésemos hecho ejercico. Por supuesto, hay límites a la hormesis, y un ejercicio excesivo puede desgastar al cuerpo más de lo que lo podría proteger.
De manera similar a la hormesis, en biología podemos encontrar otros sistemas antifrágiles, que se benefician con el cambio, tales como el cerebro o el corazón, lo cual les permite “practicar” su adaptabilidad a los cambios del entorno y por lo tanto mejorar su funcionalidad. Pero también podemos ver ejemplos en educación y economía, donde los cambios pueden llevar al desarrollo de la creatividad en la primera y de innovación en la segunda. El arte es necesariamente antifrágil.
Entonces, ¿conviene construir sistemas, frágiles, robustos, o antifrágiles? Depende del contexto…