Ya conocemos el guion: los casos suben, la población toma acciones para protegerse de manera voluntaria y/o los gobiernos imponen restricciones y/o la población con mayores probabilidades de contagiarse se satura. Las acciones colectivas son relativamente más fáciles de coordinar cuando estamos en la cresta de la ola: los ciudadanos compartimos un propósito común y los riesgos de no actuar se vuelven más presentes (e.g. saturación de hospitales en las primeras olas).
Después empiezan a bajar los casos y la urgencia es reemplazada por una sensación de alivio. Los gobiernos reciben presión para relajar las restricciones y la población asume que esta relajación de medidas es una señal de que las cosas han mejorado. Pero cuando se relajan las medidas y todavía hay transmisión comunitaria, los casos que permanecen preparan el camino para la siguiente ola. En el fondo de la ola es mucho más difícil obtener apoyo para ejecutar acciones colectivas, cuando parece que ya “ganamos”. Si no hay peligro inmediato, hay menos interés en prepararse para la siguiente ola (por ejemplo, estableciendo normatividades para la ventilación de edificios y recintos).
México está en medio de su quinta ola de Covid-19. Otros países también han tenido incrementos de casos recientes. El virus sigue mutando y millones se han infectado dos o más veces, los hechos destruyendo la fantasía de la “inmunidad de rebaño”. Algo importante es que recientemente se ha encontrado que mientras más veces se infecta alguien, aumentan sus probabilidades de enfermarse gravemente y de tener secuelas. En otras palabras, enfermarse no protege de infecciones subsecuentes, nos va debilitando.
Siguiendo las tendencias actuales, podemos esperar que las olas continúen (dos o más por año), las cuales traerán disrupciones e impactos en el bienestar, los sistemas de salud, la productividad, la equidad y las economías. Tendremos más infecciones, Covid persistente y muertes. Más de lo mismo no mejorará nada. Necesitamos cambiar nuestra estrategia. Mejor dicho, debemos crear una estrategia que nos ayude a terminar con esta pandemia. Parecería que vamos a la deriva, el virus controlando nuestras vidas, nuestras economías, nuestro futuro, mientras nosotros sólo nos resignamos.
Alguien podría decir que a pesar de que los casos siguen aumentando en cada ola, cada vez hay menos muertes. Esto no es porque el virus sea menos virulento. Por un lado, las vacunas ayudan, pero protegen menos mientras más mute el virus. Por otro lado, los más vulnerables ya se murieron. ¿Pero menos muertes se justifican cuando podemos evitarlas?
Distintos estudios han mostrado que extender las intervenciones por algunas semanas después de que una ola ha bajado es la única manera de prevenir que una nueva ola crezca. “Simplemente” necesitamos seguir usando cubrebocas, ventilando, vacunando y haciendo pruebas, aunque los casos hayan disminuido, para que lleguen a cero. Si dejamos aunque sea unos pocos casos, entonces la enfermedad se propagará de nuevo de manera exponencial, más temprano que tarde. Pero como los casos tienen un crecimiento exponencial, es complicado actuar rápido, y por lo tanto es difícil que los tomadores de decisiones y los ciudadanos entiendan la importancia de mantener las medidas.
Algo positivo es que la dinámica exponencial también funciona para el retroceso de cada ola: si mantenemos las medidas apropiadas, los casos también bajarán exponencialmente.
Sabemos con seguridad que -aunque muy importantes- las vacunas por sí mismas no detendrán la pandemia. Las infecciones tampoco generan inmunidad suficiente, por lo que ninguna región del mundo estará segura hasta que todas estén seguras.
Por supuesto, esto requiere un gran esfuerzo de coordinación global, ya que si aunque sea alguna región deja que el virus se propague, esto limitaría las acciones de todas las demás. Es más barato terminar con la pandemia hoy que mañana, o que dejar que siga. Pero el éxito requiere tanto de coordinación como de gratificación retardada. Necesitamos aprender a posponer el momento de “cantar victoria”. No debemos de dejar de usar medidas de protección que sabemos que funcionan hasta que sea seguro hacerlo. Las soluciones existen. Para poder alcanzarlas, necesitamos sobrepasar el reto social que implican.